Fogones de Crianzas

A mi Estercita.

y a todas las mujeres grandes que han donado de su tiempo y su mirada para dulcificar las infancias.

Una abuela con nueve hijos y casi una treintena de nietos me presentó los muchos rostros de la cocina: algunos muy festivos acompañados de la radio que me pedía sintonizar, otros llenos de creatividad y confianza, una cocina en la que como niña de 5 años convertía el arroz del almuerzo en un plato oriental gracias a la técnica del “quemado” que mi abuelita festejaba sin ningún gesto de reprobación, aunque el tiempo apremiara y los comensales pronto llegaran; otros rostros dulces cuando llegaba la tarde y su cocina se transformaba en un laboratorio de producción de arroz de leche y chancarina para que en compañía de mi prima pusiéramos nuestra venta en la puerta de la casa. Otras veces los rostros de la cocina parecían lúgubres… no entendía cómo aquella ancianita después de toda la larga jornada en su laboratorio seguía, hasta altas horas de la noche; lavando platos, brillando ollas y rebuscando entre cajones, lo que hubiese quedado como promesa de cena para el siguiente día, sin que otro adulto se ofreciera como relevo alguno.

Por ello, creo que mi mejor plan era andar subida en una banquita, al lado de ella en las mañanas, “ayudándole” a lavar cilantro, cimarrón, plátanos, papas, zanahorias… Recuerdo aquella laguna profunda en la que se transformaba el lavaplatos donde vivía un monstruo marino y también una sirena, sin darme cuenta y aunque sólo yo los viera, se me fue tejiendo una certeza de amor fresco y aromático, bondadoso y festivo con la que todavía convivo; siempre me visita y abraza al disponerme en los fogones de mi nueva casa al improvisar el plato del día. En estos nuevos-viejos tiempos se me presentan cada vez, todos esos rostros donde lo abundante no eran los ingredientes, sino los afectos que le acompañaban y la certeza infinita de sentirme amada.

Ahora, la cocina es el eje de mi casa, cuando la diseñamos con mi esposo sentía que debía ser un lugar central del espacio, que invitara al encuentro, a la conversa, al juego y a la danza alrededor del fuego… allí, se siguen cocinando mis afectos y las certezas de una vida que requiere la mezcla de lo diverso, de lo opuesto, así como la sal y el azúcar en el mismo preparado, para que emerja aquella preparación alquímica que alimenta al alma misma.
En los espacios psicoterapéuticos y académicos que acompaño desde hace veinte años, jugar “en” o “a la” cocina ha sido una de las experiencias más sorprendentemente vitalizantes que he asistido: ser testigo de la ideación que ayuda a ordenar el pensamiento, el temor que le da paso a la autonomía, las mezclas que llevan a los cálculos matemáticos y a las hipótesis de las reacciones químicas… la mirada que se detiene en las formas y los colores que nos recuerdan que el cosmos se recrea y se hace vivo en los alimentos, los aromas que nos cuentan de los tiempos de fusión, cocción, encuentros… el tiempo y la espera que abre paso a la palabra, al recuerdo, al deseo. Texturas, colores, sabores… algunos celebrados con vítores, otros… maestros de aprendizajes.

En el marco del taller Memorias de Crianza que acompañé en el 2023 a las y los estudiantes de primer semestre del programa de profesionales en Primera Infancia de la Universidad del Valle, surgió esta compilación de recetas que más allá de preparaciones culinarias, hablan de vínculos, de momentos grabados en la memoria del corazón que acompañan e impulsan las rutas de la vida. La pregunta provocadora lanzada a mis estudiantes fue: ¿cuál es la receta que se llevarían de su casa una vez sean profesionales independientes? Pensar en esto les hizo recordar momentos en familia, formas de cuidar y expresar el amor, tiempos de carencia y desplazamiento que les ha permitido empezar a reconocer que en las crianzas, los ofrecimientos más sentidos no son los que procuran objetos sino en los que hay tiempo y presencia donada.

¡Que los fogones continúen encendidos y las miradas bondadosas sigan arropando nuestras almas!

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